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Atracón tras atracón

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Desde que la comida de empresa inaugura las cenas navideñas, las dos semanas de Navidad se convierten en un auténtico maratón de atracones, comidas pesadas y dulces de más. Allá donde vayas alguien te ofrecerá un mazapán, unas peladillas o un trozo de turrón y por mucho que digas que no, acabarás con un polvorón en la boca y otro en el bolsillo para después. 

La locura gastronómica de las Navidades no tiene parangón con ninguna otra celebración del año. Por eso no nos sorprende que ir al gimnasio esté siempre el primero en la lista de buenos propósitos para el año que empieza. Y es que en Navidad comemos como animales: jamón, quesos, marisco, patés, solomillos y pescados son platos que bien pueden estar en la cena de Nochebuena y Nochevieja o en la comida de Navidad. Celebramos que estamos todos juntos, que pasó otro año, que viene otro más. Y como en España la celebraciones van siempre unidas al buen comer, los comedores de cada casa se convierten en verdaderos restaurantes de cuatro tenedores. 

Y sí, es posible que ahora se nos haga la boca agua, pero seguro que el 7 de enero más de uno soñará con lechugas y tomates a la hora de la cena. 

Las uvas en Nochevieja

Fin de año es una noche especial que empieza llena de glamour, perlas y burbujas en el champán pero que acaba con mucho menos lujo, más ojeras y en el peor de los casos una terrible resaca. Empezar el año con dolor de cabeza es un clásico aquí y en la otra punta del mundo. 

Pero lo que no tienen en las antípodas es la tradición de la 12 de uvas, una costumbre muy hispana, cuyo origen no está muy claro, pero que apunta a un excedente de uva a principios del siglo XX al que los agricultores murcianos y alicantinos supieron dar salida creando la tradición de comerse 12 uvas en el cambio de año, una por cada campanada. Sea o no el origen de esta tradición tan navideña, lo cierto es que durante los 36 segundos que duran las 12 campanadas en cada casa y en cada plaza de España el silencio sepulcral solo se rompe por el dong del reloj. Un momento solemne y emotivo que acaba con una explosión de alegría, besos, abrazos y un unánime ¡feliz Año Nuevo!

El gordo de Navidad

Si hay algo que da el pistoletazo de salida a la Navidad, eso es el sorteo del Gordo. No importa que las ciudades lleven semanas iluminadas, que en las tiendas el hilo musical no pare de reproducir villancicos ñoños o que en casa hayamos puesto el Belén: en España la Navidad no empieza oficialmente hasta que el 22 de diciembre la ilusión de millones de españoles se materializa en un número de cinco cifras: el Gordo. 

Su origen se remonta a las Cortes de Cádiz, allá por el año 1812 y su objetivo no era otro que aumentar los ingresos del erario público sin que eso supusiera una subida generalizada de impuestos. Jugar con la ilusión le salió rentable al estado y también a las miles de personas que cada año consiguen un buen pellizco. Aunque eso sí, la mayoría nos conformaremos con ver las imágenes de alegría por la televisión y pensar que quizá haya más suerte el año que viene (o en el Sorteo del Niño).

¡Qué vienen los Reyes!

Cuando después de Nochevieja en el resto de Europa ya han descolgado las luces de Navidad, en España todavía estamos en la mitad de las fiestas. Y lo que queda no es moco de pavo. Los Reyes son una de las tradiciones más arraigadas en nuestro país y también una de las más tiernas, sobre todo si tienes niños cerca. Si bien es cierto que ir a una cabalgata de Reyes, de esas que se celebran en cada ciudad española la tarde del 5 de enero, es una actividad de riesgo que poco tiene que ver con la ternura. Y es que, ¿quién no se ha peleado alguna vez con una abuela coraje dispuesta a matar si hace falta por un par de caramelos para sus nietos? 

Pero volviendo a los más pequeños de la casa, hay que reconocer que antes de que la tradición de Papá Noel se instalara con fuerza en nuestro país, los niños españoles teníamos mucha paciencia. Aguantábamos todas las Navidades sin rechistar a la espera de la noche más mágica del año: la del 5 de diciembre. Esa noche Melchor, Gaspar y Baltasar, los Reyes Magos de Oriente, venían con sus camellos cargados de regalos, se colaban en nuestras ventanas y si habíamos sido buenos nos llenaban los zapatos con aquello que habíamos pedido. Si habíamos sido malos nos traían carbón, pero eso no pasaba nunca y si pasaba, era carbón dulce que repartíamos entre los demás niños de la familia.  

Así, mientras los mayores se dedicaban a comer el Roscón de Reyes, los pequeños enredábamos sin parar con nuestros nuevos juguetes aprovechando las pocas horas de diversión que nos quedaban para volver de nuevo al colegio y decir adiós y hasta el año que viene a la Navidad.   

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